Por Roberto Chaves Echeverry

(Dedicado a los abogados –funcionarios y litigantes- que todos los días, con su labor ética, combinando sabiamente el ideal del Quijote y el sentido práctico de Sancho Panza, recrean los valores eternos del Derecho).

He titulado esta breve exposición con el pretensioso nombre de “CÓMO DOTAR A LA TOGA DE ALMA”; contiene unas breves perífrasis o reflexiones acerca del “ALMA DE LA TOGA” de DON ÁNGEL OSSORIO.

Ha querido la Sociedad colombiana distinguir a sus jueces y magistrados con el uso, en su oficio, del manto tutelar que cubría a los ciudadanos romanos en sus más importantes tareas. De allí que considere de importancia para la judicatura actual, el que nos ocupemos un poco en recordar qué significado ha tenido y tiene para sociedades donde la toga ostenta una carta de ciudadanía más antigua.

Cuando leíamos el texto del Maestro de siempre don Ángel Ossorio, algunos nos preguntamos qué sería aquello del “Alma de la toga”; o simplemente apartó de sí un término que no correspondía a un concepto, pues nada le representaba en su mente y nada le decía a su corazón la palabra “toga”, a no ser un anacronismo en estos tiempos, una remembranza de usos de otra cultura jurídica totalmente ajena; tal vez ni siquiera la alusión al manto con que comparecía al Senado el habitante de la ciudad fundada por Rómulo y Remo, que los Dioses prometieron al pueblo Troyano cuando sus supervivientes huyeron del ardid de Ulises que puso fin a la Guerra que narró el poeta ciego en los cantos de la Ilíada.

Distinto ocurre ahora cuando por un mandato legal perentorio, la Toga entró a la cultura jurídica de nuestro País. Muchos hemos vuelto a releer las páginas del maestro Ossorio para desentrañar su sentido; y pasajes y referencias  que se conservaban en la periferia de nuestro conocimiento, encajaron por fin cuando hemos visto a otros y nos hemos vistos a nosotros mismos portando la toga.

Han querido siempre las sociedades distinguir a los ciudadanos que le prestan un servicio especial con un traje que simbolice la condición de su empleo: va el soldado a la batalla apertrechado en su uniforme; y cuando siente temor ante las balas enemigas, recuerda que la Patria lo adornó con ese traje; y él convierte los latidos de su corazón en compases de guerra en la defensa de los suyos. Va el cirujano con su bata, su tapabocas y sus guantes, a librar la batalla con la enfermedad, a robarle a Caronte su presa. Va el sacerdote a cumplir los ritos sagrados investido de su sotana y su cleryeman y con ese manto patriarcal tapa sus pequeñeces buscando que en sus palabras y sus obras se asiente el Dios que no vemos con los ojos de la carne pero que sentimos con los del espíritu en cada cosa viviente.

Han querido también sociedades con una tradición jurídica de siglos, investir ya no sólo a su judicatura sino también (algunas), a sus abogados, cuando se presentan al foro. Allí comparecemos ahora los juristas colombianos a oficiar en el santuario de la justicia cuando desempeñamos un oficio de Dios entregado a los simples hombres, que no a los hombres  simples.

Y para que esa toga con la cual oficiamos no nos convierta en Disfrazados sin carnaval, se ocupó don Ángel Ossorio en desentrañar cuál era esa “Alma de la Toga”.

Quiso sin lugar a dudas que en la batalla librada todos los días por los togados (abogados y jueces) como verdaderos “soldados de la justicia” (en las palabras de jellineck), tuviésemos el mismo compromiso y valor a los que incitó el Duque del infantado a sus tropas en la famosa Batalla de Illora, que libraron los Reyes católicos contra los moros en 1486; dijo así a sus tropas, que se distinguían, según narra la historia, por “el lujo y la riqueza de su equipo de guerra”: “Daréis lugar a que se diga que nosotros llevamos más gala en nuestros cuerpos que esfuerzo en nuestro corazón y que somos soldados de día de fiesta?”.

Y ahora yo, movido no por la capacidad sino haciendo eco de una necesidad sentida, quiero ocuparme, con la única autoridad que me da el ser hijo,  hermano de abogados, abogado yo mismo y desde hace algún tiempo –inmerecidamente- miembro de la judicatura, de cómo considero que debe dotarse esa toga de alma.

Para hallar esa piedra filosofal que convierta el plomo en oro (en este caso mi pequeñez y mis limitaciones de hombre ordinario en el Magistrado integérrimo que la Sociedad y mi propia conciencia me demandan), busco en los secretos de la alquimia antigua la fórmula.

Tomo para ese efecto, el yelmo y la celada de don quijote, que en buena hora completó para salir a sus aventuras, con un trozo de cartón, para allí ir depositando, en convenientes porciones y con la medida que me predica la buena voluntad, los siguientes ingredientes, con los cuales compondré un almidón que permita a la toga guardarse de los mandobles con que pretenden lesionarla mi propia ignorancia en la dignidad de la prenda que ostento y los embates de los otros poderes públicos, pues es signo de los tiempos, que zonas malsanas de la sociedad se vuelven contra quien les predica moralidad y corrección; pues desde antiguo las sociedades envenenan sus Sócrates, crucifican a Jesús y dejan morir en la pobreza y en el exilio a quienes les dan su libertad:

Introduzco en primer término con enorme unción, los siguientes mandamientos del Abogado, del Maestro Eduardo J. Couture:

  1. ESTUDIA, el derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día un poco menos abogado.
  2. PIENSA, el derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando.
  3. TRABAJA, la abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de la justicia.
  4. LUCHA, tu deber es luchar por el Derecho; pero el día que encuentres en conflicto el Derecho con la Justicia, lucha por la Justicia.
  5. SE LEAL para con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que no es digno de ti.

Leal para con el adversario, aún cuando él sea desleal contigo. Leal para con el Juez, que ignora los hechos y debe confiar en los que tú le dices.

  1. Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea tolerada la tuya.
  2. TEN PACIENCIA, el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración.
  3. TEN FE en el Derecho como el mejor instrumento para la convivencia humana; en la justicia, como destino normal del derecho; en la paz, como sustituto bondadoso de la justicia; y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay Derecho, ni justicia, ni paz.
  1. OLVIDA, la abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras cargando tu alma de rencor, llegará un día en que la vida será imposible para ti. Concluido el combate, olvida pronto tu victoria como tu derrota.
  1. AMA TU PROFESIÓN, trata de  considerar la abogacía de tal manera que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino consideres un honor para ti proponerle que se haga abogado.

En segundo término, introduzco los consejos cuatricentenarios que ofreció Don Quijote a Sancho, cuando el Duque, por gracia de don Quijote, iba a investirlo de la Dignidad de Gobernador de la “Ínsula Barataria”.

Estos consejos para el buen juez, como veremos, hablaban más a la conciencia moral que al saber ilustrado, pues ya desde antiguo se sabía que más le vale a quien hace justicia el valor moral que el saber. Como lúcidamente lo expresó el Profesor Alejandro Nieto en su “Diálogo Epistolar sobre leyes, abogados y jueces” con el Profesor Tomás Ramón Fernández, “La verdadera cuestión no es el concepto del Derecho ni la determinación de sus fuentes ni su interpretación. Todo esto no son más que epifenómenos de lo esencial. Lo esencial es la actitud personal que adopta el jurista ante el Derecho. No se trata por tanto de una actitud intelectual sino vital. No es una teoría sino una praxis; una convicción, no una razón”.

Habló así El Caballero Don Quijote:

“Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada.

“Lo segundo, has de poner los ojos en quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey; que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.

– Así es la verdad – respondió Sancho -; pero fue cuando muchacho; pero después algo hombrecillo, gansos fueron los que guardé, que no puercos. Pero esto paréceme a mí que no hace al caso; que no todos los que gobiernan vienen de casta de reyes.

– Así es verdad- replicó Don Quijote-; por lo cual los no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape.

“Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria, y de esta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.

“Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que nacieron príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.

“Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y regalar; que con esto satisfarás al Cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él  hizo, y corresponderás a lo que debes a la Naturaleza bien concertada.

“Si trajeres a tu mujer contigo – porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias-, enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza; porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta.

“Si acaso enviudades- cosa que puede suceder-, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla; porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no hubiere hecho cargo en la vida.

“Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.

“Hallen en ti más compasión, las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico.

“Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.

“Cuando pudiere y  debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.

“Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el pos de la dádiva, sino con el de la misericordia.

“Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de injuria y ponlas en la verdad del caso.

“No te ciegue la pasión propia en la causa ajena; que los yerros que en ella hicieres, las más veces serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito y aun de tu hacienda.

“Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se  anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.

“Al que  has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues basta al desdichado la pena del suplicio sin la añadidura de las malas razones.

“Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstrate piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia”.

Y cuando haya de colocarme en último término mi Toga, tal vez haré el mismo reparo que Sancho. Díjole el Duque cuando se aproximaba el comienzo de su mandato: “… Y advertid que mañana en ese mismo día habéis de ir al gobierno de la ínsula, y esta tarde os acomodarán el traje conveniente que habéis de llevar y de todas las cosas necesarias a vuestra partida”.

“Vístanme –dijo Sancho- como quisieren; que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza.

“Así es verdad –dijo el Duque- pero los trajes se han de acomodar con el oficio o dignidad que se profesa, que no sería bien que un jurisperito se vistiese como soldado, ni un soldado como un sacerdote. Vos, Sancho, iréis vestido parte de letrado y parte de capitán, porque en la ínsula que os doy tanto son menester las armas como las letras, y las letras como las armas”.

Hacen recordar estos consejos para una vida plena de riquezas del corazón, de la inteligencia y del espíritu y no necesariamente de las materiales, que está bien que vengan por la importancia de la labor del Juez, por su dedicación exclusiva a su labor, pero nunca a costa de su independencia y de su ética, que componen la Sal de la vida del Juez y la columna medular de su función, los versos de Antonio Machado en su autorretrato, que más bien parecen un programa de vida que bien le viene a la dignidad y a la austeridad de quien imparte justicia:

“Y al cabo, nada os debo; debeisme cuanto he escrito

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho donde yazgo.

“Y cuando llegue el día del último viaje,

Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

Me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

Casi desnudo, como los hijos de la mar”.

Como último ingrediente, introduciré las siguientes palabras del Poeta Ciego, colocadas como prólogo a sus obras completas; Borges, como un nuevo Homero, habló en la siguiente forma de la compasión y el amor al prójimo, recordando la unidad sustancial de todo lo que existe; que en últimas, somos gotas de un mismo océano y que no hay daño ni beneficio que se le haga a otro que no se vuelva, en sus efectos, a favor o en contra de nosotros mismos:

“A quien leyere. Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios y yo su redactor”.

Esa misma identidad consustancial entre los seres humanos, la glosó Borges en su cuento “Los Teólogos”, donde narra las vidas de AURELIANO y JUAN DE PANONIA, perínclitos profesores y teólogos medievales; de sus agudas, ilustradas pero también feroces controversias; que condujeron a que, no sin la complicidad del primero, muriese el segundo en la hoguera. Años después, sin que su conciencia lo dejase en paz, falleció también Aureliano, quemado por un rayo en una esencial similitud a como había fallecido su contradictor permanente.  Cedo paso al maestro:

“El final de la historia sólo es referible en metáforas, ya que pasa en el reino de los cielos, donde no hay tiempo. Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Éste se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una confusión de la mente divina. Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima), formaban una sola persona”.

Bastante bien pagado me siento si puedo finalizar esta breve exposición resaltando, que mi mayor pretensión consistiría en que, inspirados, glosando al Maestro Borges, la próxima vez que nos sentemos, con nuestra toga ya dotada de alma, recordemos que para la mente divina somos uno mismo con el acusado o simplemente con las partes que se sientan enfrente de nosotros. Que cuando juzgamos, juzgamos a los demás por los hechos de una sociedad que hemos ayudado a construir (o a destruir). Que en esencia, no somos ni más ni diferentes a quienes reciben de nosotros la justicia. Y que más que una prenda con la cual la sociedad nos exalta y nos distingue de las partes en litigio, la toga la constituyen los pliegues paternales con los cuales tapamos nuestras miserias para resaltar las mejores condiciones que nos acompañan; y entre ellas la decisión inconmovible de ser justos e imparciales. Y ocultamos las ajenas en búsqueda de la reconciliación y la paz de los conciudadanos; pues algún día, cuando se quiera aclimatar la paz en un País que ha sabido vivir (y como un milagro, también supervivir) a los embates de la guerra entre hermanos, será debajo del manto limpio, legítimo, auspiciador y fraternal de la Rama Judicial del Poder Público, donde por fin se concierte la concordia, que por fin traerán el progreso y el desarrollo a que estamos llamados los Colombianos por obra de la pujanza de nuestra raza y el potosí de recursos naturales con los que Dios quiso regalarnos.

Así, cuando cerremos nuestro ciclo vital, nos recordarán nuestros nietos como pronosticó Don Quijote a Sancho, si seguía sus consejos:

“Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son los documentos que han de adornar tu alma …”.

Si así hiciéramos, al final de nuestros días y con los ojos del corazón, todo el que nos haya conocido, sentirá que nos dirigimos a nuestro creador, envueltos en los pliegues sublimes de una toga con alma.

¡Escríbenos!